No hace falta ser un experto para darse cuenta que el cambio de motorización se nota -y mucho- al volante. No es sólo que antes tenía 204 cv y ahora 306. No es sólo que antes tenía 300 Nm y ahora 370.
La gran diferencia es también una cuestión filosófica. Hablamos de un auto que antes llevaba turbo y que ahora es normalmente aspirado. Los norteamericanos, eternos defensores de los autos de gran cilindrada, bien dicen que “there’s no replacement for displacement”. Y eso se aprecia en cada momento del día.
La entrega de potencia del motor es más lineal desde bajas vueltas, pero se vuelve decididamente contundente cuanto más arriba se lleva el régimen. El sonido que viene desde abajo del capot acompaña con coherencia, de un modo intenso que no puede ser imitado ni por el escape con el mejor trabajo de acústica.
Esto se nota también en las prestaciones. Mientras el E 250 aceleraba de 0 a 100 km/h en 7,9 segundos y alcanzaba los 239 km/h de máxima, el nuevo E 350 llega a 100 en 6,5 segundos y sigue acelerando hasta que el limitador interviene a 250 km/h.
El chasis no tiene ningún inconveniente para asimilar este cambio. De hecho, ya estaba preparado para ello desde el 2009. El Clase E es un sedán de grandes dimensiones, pero que asume con destreza todo tipo de desafíos: desde el tránsito de la ciudad a una autopista. Desde una ruta revirada hasta un camino rural, de tierra o poceado. Su magia es todo terreno.
Responde en todo tipo de condición y con su propia versión del Firewall de Mercedes-Benz, que ya expliqué durante la crítica del CLS.
La diferencia también se nota en los consumos. Aunque, en este caso –y como era de esperarse- el cambio es un poco para peor. El consumo medio trepó de 7,2 a 7,8 litroscada cien kilómetros. Nada grave. Sobre todo cuando la capacidad del tanque de combustible se agrandó de 59 a 80 litros.
Lo que sí es notable es el salto en precio: pasamos de los 76.900 dólares del E 250 City a los 97.900 dólares del E 350 Sedán.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario