En Estados Unidos se inventa una nueva forma de ir al cine en la década de
los 30. Nace el drive-in cinema. Nada mejor que complacerse viendo una película
bajo las estrellas y con toda la comodidad que puede dar un coche.
Hay que recalcar que los que más disfrutaron de este modo de ver cine
fueron los adolescentes desde el principio. Para ellos se crearon las dobles
sesiones y la serie b de autocine, para el acné, las pecas y los pecadillos de
los primeros levantes de verano. La juventud acudía en masa a estos lugares en
busca de cualquier chispa de excitación por demencial que esta fuera, como el halcón.
No importaba que el dolby surround no envolviera y que la calidad de la
cinta dejara mucho que desear. La película era lo menos importante, el autocine
se había convertido en parte de la cultura estadounidense.
El cine está lleno de cientos de secuencias que hacen fácilmente imaginable
la escena. Todos eran bienvenidos, sin importar lo ruidoso que fueran los niños
pero quienes más disfrutaron del momento álgido de los autocines fueron las
parejas de enamorados. Para ellas estaba reservada la última fila.
En unos tiempos en los que tener un coche era lo más parecido a tener una
casa. En los que la intimidad era difícil de conseguir con una chica decente,
una cita al autocine era la excusa perfecta para invitarla a tu vehículo. Lo
que pasará después ya todos saben.
La leyenda norteamericana dice que muchos y muchas tuvieron sus primeras
experiencias íntimas sobre un asiento de piel, entre desenfrenos y con una
pantalla gigante atestiguando el acontecimiento. Con 5.000 autocines repartidos
por todo Estados Unidos, se dice que durante su época dorada, 1 de cada 4 norteamericanos
era concebido en un autocine.
Nada estaba planeado y parece que el primer autocine nació como una simple
casualidad. Su inventor fue Richard M. Hollingshead y su objetivo era
promocionar los lubricantes que comercializaba su padre, pero la cosa se le fue
de las manos y de un reclamo con el que atraer a la clientela creó un gran
negocio. Depaso consiguió que su madre, con una obesidad extrema que no le
permitía poder sentarse en una butaca, pudiera ver por fin una película.
Fue en New Jersey, concretamente un 6 de junio de 1933, se inauguraba el
primer autocine de la historia. Un mes antes, Hollingshead conseguía la
patente. Al estreno acudieron alrededor de 600 espectadores a los que se le
cobraba 25 centavos por persona y 25 centavos por vehículo. Si querías ver la
película sin llevar coche, debías pagar 1 dólar. Fue una solución para muchas
familias numerosas que no podían comprar las entradas para el cine tradicional.
Para hacerlos más atractivos se colocaron rampas para mejorar la visión, el
sonido evolucionó y de los altavoces colgados a los lados de la pantalla se
pasó a otros que se colocaban en las puertas de los automóviles. Después
llegaría la sintonización a través de la frecuencia de la radio.
Años 50 y 60, décadas doradas para el autocine que comenzaría a ver su
declive con la llegada de los 80. Cada vez los televisores domésticos eran
mejores, aparecen los reproductores y con ellos, la comercialización de títulos
en los video clubs.
En pleno siglo XXI, el autocine ha pasado a la lista de esos mágicos
momentos que marcaron la vida de muchas personas. Pedro Picapiedra, por
ejemplo, festejaba nada más acabar la jornada laboral y lo primero que hacía
era recoger a su familia y llevarlos a una sesión de autocine.
Debemos tener conocimiento de los dos tipos de modelos de autocines. El
primer modelo es el estadounidense, que acabamos de conocer. El terreno donde
se sitúan los vehículos es de carácter llano y la pantalla se eleva por encima,
situándose en un punto de vista de gran altura para no interferir en las
visuales desde el interior del coche.
El segundo modelo, es el modelo alemán, este modelo se caracteriza por
disponer de un terreno variable que desciende hacia la pantalla, que se sitúa
en la parte inferior del recinto. Cada fila de coches se sitúa a un nivel
inferior que la fila de coches posterior, de este modo se garantiza una
correcta visualización de la pantalla desde todas las filas.
Antonio Horacio Stiusso
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